Curso: Aceites esenciales y su empleo terapéutico: Bases y fundamentos (IX edición)

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1. Bienvenida y presentación

1.2 Presentación

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La Aromaterapia parte del uso de los “aromas” (aceites esenciales presentes en las plantas)  como “terapia”, con el fin de mejorar la salud en su más amplio sentido. Es una terapia holística que considera al ser humano como “un todo”, hecho bastante comprensible si tenemos en cuenta que; la propia naturaleza de los aceites esenciales hace que se originen efectos a niveles muy distintos dentro de la particularidad de cada paciente, actuando en el plano físico, mental, emocional e incluso espiritual, tal y como se puede comprobar con las diferentes y variadas sensaciones que cada uno de nosotros puede percibir al oler un mismo aceite esencial. Por tanto, con el uso terapéutico de los aceites esenciales no se puede perder esta referencia global, evitando en la medida de lo posible un mero tratamiento sintomático.

Los olores, los sonidos, los colores y un innumerable mundo de sensaciones que percibimos a través de nuestros sentidos forman parte de nuestra vida diaria. Es algo habitual que nos identifiquemos con ciertos colores o con ciertos olores y que unos nos gusten más que otros, encontrarnos en un lugar desconocido puede dejarnos una impresión agradable, o generar cierto rechazo en función de los olores percibidos.

Fig.1.- Resumen ilustrativo esquemático de la organización funcional de la corteza olfatoria primaria humana. Tomado de: Zhou et al. eLife 2019;8:e47177.  (A) Regiones cerebrales conectadas de manera única a cada subregión, incluído el núcleo olfativo anterior (AON), el tubérculo olfatorio (TUB), la corteza piriforme frontal (PirF) y la corteza piriforme temporal (PirT). (B) Regiones del cerebro comúnmente conectadas a todas las subregiones. mPFC, corteza prefrontal medial; CAU, caudado; PUT, putamen; AMC, corteza cingulada media anterior; THAL, tálamo; RN, núcleo rojo; RSC, corteza retroesplenial; ITG, giro temporal inferior; pINS, corteza insular posterior; MOT, área del motor; TP, polo temporal; BA, área de Broca; aINS, corteza insular anterior; OFC, corteza orbitofrontal; ACC, corteza cingulada anterior; SC, corteza subcallosal; HIPP, hipocampo; AMY, amígdala.
DOI: https://doi.org/10.7554/eLife.47177.020

Historia de la Aromaterapia.

La utilización de plantas para tratar las enfermedades es tan vieja como la raza humana, si no es que más, ya que muchos animales buscan  ciertas plantas cuando no se encuentran bien, tal y como podemos comprobar como nuestros perros y gatos domésticos siguen comiendo vegetales en determinadas situaciones.

Tenemos pruebas de que ya hacia el año 18.000 a.C., se usaban plantas con fines terapéuticos, según los arqueólogos que han estudiado las pinturas rupestres de las cuevas de Lascaux, en Dor-dogne (Francia).

En la India, la Medicina Ayurvédica, con al menos 3.000 años de antigüedad, ha utilizado las propiedades curativas de las plantas en sus tratamientos. El uso de los aromas, es una de sus técnicas habituales; de hecho, gran parte de los aceites esenciales utilizados en la actualidad proceden de plantas utilizadas miles de años atrás, por la medicina herbal tradicional de la India. 

A los chinos corresponde el honor de haber escrito el herbario más antiguo que se conoce: el Pen Tsao, o Gran Herbal, que sigue vigente, y fue compilado bajo Shen Nung, un emperador que vivió entre el 1.000 y el 700 a.C. En él se mencionan más de 350 plantas medicinales y remedios, muchos de los cuales son todavía hoy de uso corriente.

En cuanto a los antiguos egipcios, para ellos la aromaterapia era parte integrante de la vida cotidiana. En las mismas fechas en que los chinos estaban perfeccionando la acupuntura, los egipcios usaban sustancias balsámicas tanto en el ritual religioso como en la práctica de la medicina. Tenemos referencias, que se remontan por lo menos al año 4.000 a.C., de que en los rituales, la medicina, la astrología y el arte de los embalsamadores, seutilizaban aceites fragantes, cortezas y resinas olorosas, especias y vinagres, vinos y cervezas aromáticas. Cuando, en 1922, fue abierta la tumba de Tutankamón, se hallaron gran cantidad de recipientes que contenían sustancias como mirra e incienso (derivadas de la resina de sendos árboles) que eran usadas indistintamente con fines cosméticos,  medicinales y religiosos.

La traducción de varios papiros y estelas hallados en el templo de Edfu, revela que las sustancias aromáticas eran mezcladas, siguiendo fórmulas específicas, por los sacerdotes y alquimistas, creadores de medicamentos y perfumes. Para ambientar el interior de los templos, quemaban sustancias aromáticas, como cortezas de cedro, semillas de alcaravea o raíces de angélica, que en otras ocasiones eran puestas a macerar en aceite o en vino.

Los sacerdotes no ignoraban que ciertos olores tenían el poder de elevar los ánimos de su congregación o de inducir un estado de serenidad. Uno de los perfumes más apreciados era el famoso kifi, mezcla de dieciséis esencias diferentes -entre ellas el enebro y la mirra- que los sacerdotes inhalaban con el fin de incrementar su agudeza sensorial y despejar la mente. Para el mismo propósito se sigue utilizando el incienso en las ceremonias religiosas.

En 1870 se descubrió un rollo de unos veinte metros de longitud -llamado el papiro Ebers- que trataba de medicina. Fechado aproximadamente en el año 1.500 a.C., en esta obra se enumeran más de 800 recetas y remedios, en su mayor parte vegetales. También de temas médicos trataba otro rollo descubierto poco antes, el llamado Edwin Smith.

También se ponían en práctica los principios de la aromaterapia en el famoso arte egipcio del embalsamamiento, que evidencia un hondo conocimiento de las propiedades antibióticas y antisépticas de las plantas y la manera de utilizarlas con el propósito de conservar los cadáveres. En los vendajes de las momias se han hallado restos de resinas como el gálbano y de especias tales como clavo, canela y nuez moscada, conservantes que por lo visto eran extremadamente eficaces: examinados al microscopio, algunos fragmentos de intestino se han revelado completamente intactos, tras miles de años.

También los egipcios aplicaban en el arte culinario los principios de la aromaterapia. Tenían un perfecto conocimiento del valor culinario de las sustancias aromáticas. Cocían los panes de mijo y cebada con especias, como semillas de anís, alcaravea y coriandro, que los hacen más digeribles. Los egipcios comían a menudo ajo y cebolla, que se encuentran siempre acompañando a las momias en su viaje de ultratumba. Conocían las propiedades bactericidas del ajo tan bien como nosotros: por una inscripción en la pirámide de Keops, sabemos que los esclavos que trabajaban en su construcción recibían todas las mañanas un diente de ajo, para que su salud y su fuerza se mantuvieran incólumes.

Sin duda podemos concluir que la aromaterapia comenzó en la cocina, como una manifestación cercana de la vida cotidiana, a través de la observación de las plantas en su medio natural, posteriormente cultivadas y a partir de aquí utilizadas con fines médicos y/o religiosos.

Si bien los egipcios habían llevado a su perfección el arte de utilizar las esencias vegetales para controlar las emociones, la putrefacción y la enfermedad, después de ellos siguieron haciéndose descubrimientos acerca de las virtudes medicinales de las plantas.

Tal es el caso de los griegos, que recibieron una medicina adulterada por creencias supersticiosas y la transformaron en una ciencia. Hipócrates, conocido como el Padre de la Medicina, fue el primer médico que basó sus conocimientos y sus curas en una detallada observación de la realidad; y desde entonces los médicos han seguido sus principios, que se reflejan en el llamado Juramento Hipocrático. Una de sus creencias fue que, para mantenerse sano, era conveniente darse diariamente un baño perfumado y masaje con un aceite al que se habían añadido varias gotas de esencia, lo que sigue siendo una regla básica de la aromaterapia contemporánea.

Hipócrates no ignoraba las propiedades desinfectantes de ciertas plantas, por lo que durante una epidemia que se declaró en Atenas, aconsejó a la gente que quemase plantas aromáticas en las esquinas de las calles, con el fin de prevenir el contagio e impedir que la epidemia se extendiese. En esta época se estaba también desarrollando la botánica, que floreció en la Historia Plantarum de Teofrasto, llamado el Padre de la Botánica.

En el momento del auge romano, fueron médicos y filósofos griegos “inmigrantes” los máximos exponentes de la ciencia médica. Uno de ellos, Dioscórides, cirujano griego del ejército de Nerón, escribió De Materia Medica, tratado extenso sobre las propiedades y el uso de las plantas medicinales, y dejó constancia por vez primera de detalles tales como el momento en que una planta determinada y sus principios activos están a punto de recolección.

Casi dos mil años después, la industria de la extracción de aceites esenciales hace uso de este hecho indiscutible de la vida vegetal: que los principios activos cambian a lo largo del día y del año, así como dependen también del desarrollo de la planta. Por ejemplo, la amapola produce cuatro veces más cantidad de savia por la mañana que por la tarde. En cambio el perfume del jazmín, y por tanto la fuerza de su aceite esencial, es más intenso al atardecer: consecuentemente, sus fragantes flores son recogidas en la India por la noche

Aunque los romanos sentían más interés por las propiedades culinarias de las plantas que por sus virtudes curativas, fueron decisivos para el avance de la botánica. Al ir ocupando Europa, sus legionarios llevaban consigo semillas de las plantas que les eran necesarias con el propósito de cultivarlas en las regiones invadidas.

Muchas hierbas aromáticas de procedencia mediterránea que se dan actualmente en Inglaterra -como el perejil, el hinojo y el levístico- fueron introducidas allí por los romanos de esta manera, y muchas de ellas crecen todavía profusamente, cimarronas, siguiendo las rutas de las legiones, junto a las carreteras o en torno a los antiguos campamentos.

Hacia el Renacimiento

Aunque la medicina racional declinó en Europa, tras los buenos augurios de sus comienzos, no fue así en China ni en la India. También los árabes, cuya civilización floreció a partir del siglo IV de nuestra era, mantuvieron vivo el fuego sagrado del espíritu científico. Los árabes fueron los fundadores de la famosa escuela de medicina de Salerno, cerca de Nápoles; y el Canon de Medicina, del médico árabe Avicena, publicado en el siglo XI, fue de uso corriente hasta mediados del XVI. Se atribuye también a Avicena el descubrimiento de la destilación, como método para extraer las esencias de las plantas, y muchas de sus reglas siguen vigentes. Grandes exploradores y colonos, los árabes difundieron por todo el mundo sus conocimientos.

El Medievo europeo, que se extiende aproximadamente desde el siglo VI hasta el Renacimiento, en el siglo XIV, no fue una época particularmente afortunada desde el punto de vista de los adelantos de la ciencia médica. No obstante, sonaron algunas voces aisladas, como la de Santa Hildegarda, abadesa de Bingen, que escribió cuatro tratados sobre plantas medicinales todavía citados en la actualidad.

La Peste Negra, que se abatió sobre Europa a comienzos del siglo XIV, aniquiló del 30% al 50% de la población, mientras que la medicina de la época se limitaba a recomendar, para luchar contra ella, que se llevaran encima perfumeros con hierbas aromáticas, o que se quemaran dichas hierbas en el interior de las casas y en las encrucijadas de las calles, lo que está desde luego en consonancia con los principios de la aromaterapia, pero resulta a todas luces insuficiente.

Con el Renacimiento, llegaron los años de las grandes exploraciones: Cristóbal Colón creía (en desacuerdo con la mayoría de sus coetáneos) que el mundo era esférico, y posible por tanto llegar a Oriente -y su tesoro de especias- zarpando rumbo a poniente. Una de las consecuencias del descubrimiento de América fue la introducción a Europa de muchas nuevas especies de plantas.

Los siglos XVI y XVII fueron el momento estelar de los grandes herbarios europeos, entre los que se cuentan los ingleses de Gerard, Parkinson y Culpeper. Al declararse de nuevo una epidemia de peste en 1665, resultó que los métodos de lucha contra ella no habían adelantado gran cosa en comparación con los que se utilizaban 300 años antes. Pero a partir de aquel momento, el saber avanzó en progresión geométrica: con la fundación de la Real Sociedad en Inglaterra, las clasificaciones botánicas de Linneo, los viajes exploratorios de Cook y gran número de descubrimientos médicos extraordinarios, como el digital, la vacuna de la viruela, la quinina y la anestesia -que fue consagrada en 1853 por la Reina Victoria, con las siguientes palabras: “Vamos a tener este niño y vamos a tomar cloroformo”.

Pese a que el nuevo concepto científico de la medicina ganaba terreno, se seguía confiando en los viejos principios de la aromaterapia, y los aceites esenciales se usaban todavía a finales del siglo XVIII. Pero conforme la química fue evolucionando, y los remedios vegetales empezaron a ser sintetizados -productos que se revelaron más potentes y de acción más rápida- la aromaterapia y sus aceites fueron perdiendo el lugar que ocupaban tradicionalmente en la farmacopea, empezando a ser considerados como algo obsoleto.

A principios del siglo XX, el doctor René Maurice Gattefossé, químico e investigador francés, reavivó el interés de la gente por la aromaterapia -término que forjó él mismo y sobre el que escribió varias obras. En ellas explicaba detalladamente las propiedades de los aceites esenciales y sus métodos de aplicación, poniendo ejemplos de sus cualidades antisépticas, bactericidas, antivíricas y antiinflamatorias. Nos explica cómo se quemó una mano trabajando en el laboratorio y, después de meterla en un recipiente que contenía aceite esencial de lavanda, él mismo se sorprendió constatando la rapidez con la cual cesó el dolor y sanó su piel. Por este motivo, siguió experimentando con aceites esenciales sobre los heridos que, durante la Primera Guerra Mundial, se hallaban ingresados en los hospitales militares. Allí utilizó, con asombrosos resultados, aceites tan comunes como los de tomillo, clavo, manzanilla y limón. Experimentos continuados más tarde hacia 1929 por Sevelinge, farmacéutico que se dedicó al estudio de los aceites esenciales en veterinaria y confirmando los trabajos realizados por Gattefossé.

Los aceites esenciales fueron usados hasta la Segunda Guerra Mundial, como desinfectantes y antisépticos, para fumigar los pabellones de los hospitales y esterilizar el instrumental quirúrgico.

Posteriormente, hacia 1964,  el doctor J.Valnet, es el médico que popularizó el uso de los aceites esenciales utilizándolos frecuentemente en la salud humana, al que se sumaron sus discípulos Duraffourd, Lapraz y Belaiche. Los médicos utilizaron estos aceites en tiempos de guerra, y gracias a ello lograron evitar la gangrena, curar quemaduras y sanar heridas en brevísimo espacio de tiempo. Tarea que fue luego traducida a términos modernos por Margarita Maury, bioquímica de nacionalidad francesa, que amplió el campo de su investigación llevando la aromaterapia al mundo de la cosmética y asociando de esta forma medicina, salud y belleza.

El descubrimiento de la penicilina por Sir Alexander Fleming fue casi contemporáneo del primer libro del Dr. Gattefossé. Aquél era también un remedio “natural”, ya que procedía de un cultivo de moho. Claro está que ya no se utiliza la penicilina natural, puesto que sus elementos constituyentes fueron identificados hace tiempo y ahora se sintetiza en laboratorio.

Los medicamentos naturales, de los que los aceites esenciales son un ejemplo, quizás tengan una acción antibiótica más lenta, pero destruyen las bacterias, o los virus indeseables, sin dañar al resto. De hecho, lo que hacen es reforzar el sistema inmune, incrementando su capacidad de defensa frente a posibles ataques futuros.